Vivimos tiempos convulsos. Unos colectivos señalan a otros
bien como culpables de esta crisis bien a título de chivos expiatorios.
Los políticos apuntan a los funcionarios como colectivo
particularmente favorecido, predicando que deben ser ellos quienes hagan un
mayor esfuerzo para salir de esta crisis. “Los que más deben apretarse el
cinturón,”, hablando en cristiano.
Lo hacen por primera vez en la historia, ya que siempre les ha preocupado más su significación como votantes, dado su elevado número. No en vano tenemos el ratio
más alto de Europa, con un funcionario o trabajador al servicio de la Administración por
cada cuatro ciudadanos, según se dice.
Pero esta vez recurrir a su “demonización,” era obligado, persiguiendo con ello la propia subsistencia y autojustificación del
político.
El número de parados es ingente, y sin duda aplaudirán toda
decisión populista que agreda al funcionariado. A quienes que no sólo tienen
la suerte de tener un trabajo, sino de tenerlo asegurado de por vida.
Es obligado decir que el ataque se antojaba sencillo, debido a
que los funcionarios no se integran mayoritariamente en los sindicatos más
populares, como UGT o CC.OO. Tienen sus propias organizaciones y/o andan
despreocupados por la especial protección que les otorga su status particular.
En esta línea y como era de esperar, los sindicatos mayoritarios no se han mostrado especialmente
convulsos ante la merma de derechos de los
funcionarios. Sus dirigentes posiblemente piensen al igual que el poder político,
temiendo ser penalizados por su verdadera militancia de base, azotada por el
desempleo y más preocupada por la reforma laboral recientemente operada. Tienen
su propia guerra en definitiva.
En consecuencia a los empleados de lo público no les ha quedado por tanto
otro remedio que defenderse por sí mismos. Y la única manera posible era
tratándose de reconciliar con la ciudadanía, proponiéndole al efecto aquello que más une,
un enemigo común: la clase política.
Ciertamente son tiempos en los que ocupan enfrentamientos
inauditos. Funcionarios versus políticos tratando de justificar el trabajo
propio con el demérito del otro. Cuándo antes se había visto perderse el
respeto mutuo mostrado a lo largo del tiempo.
Como abogado laboralista, ayer acudía al juzgado a celebrar
un juicio, y me encontré justo en la puerta de la Sala de Vistas dos carteles
que rezaban: “Estoy indignado, porque
siendo funcionario de justicia (en Canarias los peores pagados de España), me
quieren robar por trabajar”, y, “¿Cuánto
cobran los políticos. Cuánto cobra el Consejero de Justicia y el Ministro de
Justicia?”.
Inicialmente sin entrar a valorar la reivindicación, no me
agradaron por cuanto esa puerta la cruzan mayoritariamente trabajadores que han
perdido su empleo en el sector privado, a quienes se les adeuda incluso su
trabajo, frecuentemente.
Le tiré una foto a los carteles y las colgué en el facebook
con la reflexión expuesta en el párrafo anterior.
Celebrada la vista entré a los juzgados propiamente dichos a
realizar otras gestiones. Ví que todos los funcionarios tenían los mismos
carteles expuestos en la parte posterior de sus pantallas de ordenador o sobre
su propia mesa.
Me preguntaba qué sucedería si los trabajadores de una
empresa privada hicieran lo mismo, expresándole a los clientes su malestar por
las últimas medidas acordadas por la Dirección… Evidentemente manifestación tan
explícita de la libertad de expresión sólo puede permitírsela el funcionariado,
lo que refrenda su ventajosa posición. Al menos eso fue lo que pensé en ese
momento.
No obstante seguí pensando en ello a lo largo del día, y me
di cuenta que yo mismo estaba cayendo en la trampa sugerida por el poder político.
Estamos tratando un tema “tabú,”, qué duda cabe. Y entre las
muchas opiniones existentes, hay quien piensa que el error ha sido prostituir
la condición de funcionario, cuando habría que reservarla a los puestos
directivos.
He de decir que hace un tiempo compartía dicha postura. Si
bien con los años y el trato diario como abogado con funcionarios me ha hecho
cambiar en mis convicciones. Ellos son necesarios al menos por las
siguientes razones:
1º.- Si todo el personal al servicio de la Administración
fuera contratado, se cambiaría de manera ingente conforme cambiase el partido
político en el poder. Es lo que sucede en Latinoamérica. Y eso
fomenta la corrupción a todos los niveles. Hasta el último administrativo
estará pensando en cómo promover alguna corruptela para procurarse un
“colchón,”, cuando vaya a la calle (que irá). Mala práctica que puede consistir
sencillamente en dar prioridad a un papel respecto del otro a cambio de unas
monedas.
2º.- En segundo lugar, el funcionariado representa lo que en
Economía se llama “factor amortiguador,”. En tiempo de crisis siguen
consumiendo, aguantando con ello la demanda interna. Y en fase de expansión no
se benefician de incrementos salariales acordes con la evolución de los
beneficios empresariales del sector privado, quedando ligado su sueldo al
simple incremento inflacionista.
Al menos por esta segunda razón, que no es ideológica sino
real, inmersos en la crisis actual no es recomendable incidir sobre este grupo
económico. Consejo que han desoído tanto el anterior como el actual gobierno.
Ahora bien, que los funcionarios sean necesarios no quiere decir que no
podamos desarrollar políticas de recursos humanos que eliminen su impunidad
ante un mal desempeño. O el diseño de políticas retributivas de acuerdo a
parámetros de productividad. Estos sí son los parámetros sobre los que podemos
y debemos incidir incluso en este momento. Es menos desmotivador que la rebaja
continua de salarios y derechos.
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